Por: Desarrollo Docente UPC
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Las dinámicas sociales, culturales, políticas y religiosas del momento se caracterizan por ser cada vez más complejas, diversas y cambiantes. Los cambios rápidos impulsados por estas nuevas dinámicas, junto al escenario post covid-19, propician una sensación de celeridad, agitación e incertidumbre en los distintos sistemas de desarrollo (Deroncele-Acosta et al., 2021).
La educación no escapa a tal circunstancia, en las últimas décadas, la reflexión, el planteamiento y la ejecución de innovaciones pedagógicas vienen logrando un auge significativo; donde se demanda propuestas de innovación educativa óptimas y múltiples. Por ejemplo, se habla de innovaciones en: la reestructuración de planes de estudio, programas, sílabos, proyectos institucionales; la reformulación de objetivos, visiones, misiones, perfiles y modelos pedagógicos; la implementación de nuevos métodos, metodologías, didácticas, estrategias, prácticas docentes y de aprendizaje; entre otros proyectos que están relacionados al desarrollo y/o al mejoramiento de la calidad de los procesos educativos (Guárdia et al., 2021).
Al respecto, reconocidos pedagogos Camacho, et al. (2021) señalan que la diversidad y abundancia de temáticas en torno a la innovación educativa responden a una evidente preocupación de las redes, instituciones y actores educativos por comprender y asimilar las nuevas dinámicas, desafíos y necesidades establecidas en el sistema educativo.
A todo ello, la innovación educativa exige un cambio de gestión institucional sistémico y planificado, que contemple a la innovación educativa como parte de sus procesos y contenidos. Requiere de una infraestructura organizacional que va desde la relación docente-estudiante, el capital intelectual de los docentes, sus competencias pedagógicas, digitales e innovadoras, hasta la responsabilidad social, capacidad de resiliencia, gestión de la incertidumbre y adaptación al cambio de la cultura institucional. De allí, la necesidad de diagnosticar inicialmente las condiciones institucionales para posteriormente promover la innovación educativa de forma sostenible y factible para garantizar la mejora de la calidad de la educación en el país (Camacho et al., 2021).
Es comprensible que a pesar de la relevancia que hoy toma la innovación educativa aún surjan preguntas, estrategias y cuestionamientos sobre su efectividad, pues por décadas se ha sostenido el discurso de que la calidad de la educación se debe al desarrollo profesional competente de los docentes o a la integración de las TIC en los procesos educativos. En este sentido, resulta conveniente explicar ¿qué es la innovación educativa? Y ¿qué es la innovación pedagógica?
De acuerdo con Velandía-Mesa (2021), la innovación educativa aporta valor al proceso formativo, en tanto evidencia una mejora o un potencial de mejora en la calidad formativa que oferta la institución a la que pertenece. Esta, puede ser replicable a otros cursos o experiencias formativas dentro de la institución a la que pertenece. También puede referirse a algún aspecto específico del curso, como, por ejemplo, a una estrategia metodológica, a una manera de evaluar o a una técnica particular empleada en el desarrollo del curso. En cualquier caso, para tener el carácter de innovación, dicha acción debe ser un distintivo especial del curso, enriquecerlo y darle mayor valor. Esta última función mencionada ha hecho que la innovación se convierta en parte trascendental de la cultura educativa y sea uno de los principales pilares de desarrollo del escenario educativo y productivo de cada país.
Guárdia et al. (2021) sostienen la idea que el impulsor directo de la innovación dentro del aula es el docente. Aquí, surge de forma apropiada la “innovación pedagógica”. Esta se denomina a toda práctica educativa que promueva la mejora de la calidad en el proceso de enseñanza – aprendizaje, donde el docente tenga una intervención deliberada de cambio y mejora de su acción formativa en el interior del aula. El agente educativo concibe su didáctica y metodología, de modo flexible, como una “hipótesis de trabajo”; que supone la transformación de las prácticas pedagógicas a través de procesos de integración y uso de tecnologías de la información. La implementación de la innovación pedagógica requiere, además, de la actitud reflexiva del maestro para convertir el aula en un escenario de investigación y producción de conocimiento.
En tal sentido, hoy resulta imperativo asumir una actitud innovadora y crítica sobre las diversas vías para promover aprendizajes cada vez más funcionales y significativos, centrados en el desarrollo de las capacidades de la comunidad estudiantil. Por ello, se requiere de docentes que recurran a la innovación como el camino para propiciar múltiples miradas sobre las realidades en las cuales interactúan: relacionando fuentes, logrando imprimir nuevas perspectivas a la información y despertando el interés por la investigación, el pensamiento crítico, la argumentación y la toma de decisiones para favorecer el proceso de enseñanza – aprendizaje hacia el logro de la calidad educativa (Camacho et al.; Guárdia et al., 2021). Finalmente, es trascendental considerar que la educación necesita innovar porque las dinámicas actuales exigen dinamismo, apertura y una enorme capacidad de transformación. Por tanto, sería importante empezar a preguntarnos, desde nuestros espacios, roles y prácticas: ¿Cómo garantizar la integración pertinente de la innovación educativa y la calidad de los contenidos/actividades en el marco de las políticas educativas actuales? ¿Cómo agenciar procesos formativos sistémicos (orgánicos), transversales y transdisciplinares que aseguren el desarrollo de las competencias y actitudes que empoderen al futuro docente como un agente promotor de innovación pedagógica?